El constructivismo, en cualquiera de sus variantes, es una teoría de la psicología cognitiva. Si se quiere, es una teoría científica sobre el aprendizaje que describe y explica como el sujeto construye su conocimiento. Le podemos conceder el estatus de conocimiento científico y otorgarle el grado de “ciencia” que queramos, pero no podemos hacerle decir más cosas de las que realmente dice.
El constructivismo no nos indica que tenemos que hacer para enseñar, ni determina la naturaleza de las situaciones de aprendizaje. Es decir, el constructivismo no es ni una didáctica ni una pedagogía. Mezclar los tres campos nos crea multitud de malentendidos y de falsos debates. Las teorías sobre el aprendizaje no nos ahorran en ningún caso la reflexión pedagógica o las decisiones sobre la didáctica. No hay, pues, “metodologías constructivistas”, aunque puede haber propuestas didácticas más (o menos) congruentes con este modelo de aprendizaje de la psicología cognitiva.
Por ello, al igual que François Audigier, profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad de Ginebra, creo que:
“Un curso magistral es tan ‘constructivista’ como una situación de trabajo en grupo. Comparto las críticas dirigidas a la enseñanza llamada tradicional en su vertiente magistral y aún más por el hecho de ser absolutamente omnipresente, lo que se ha impuesto como una forma tan dominante que dificulta la invención de una diversidad de situaciones (…); muchas personas, para empezar nosotros mismos, hemos aprendido construyendo conocimientos durante clases magistrales”
AA.DD.: L’escola entre l’Autoritat i la Zitzània; Barcelona, 2006; Ed.Graó, p. 124.
La llamada clase magistral, la forma más arcaica de la instrucción directa, no se opone a la apropiación de los conocimientos expuestos por parte de quien escucha en términos de constructivismo, si se dan determinadas condiciones: la escucha atenta, la comprensión significativa, la relación con los conocimientos previos del aprendiz y la actividad mental del estudiante.
Las clases magistrales, pero, fracasan por tres grandes debilidades. Primero, porque no son generalmente magistrales, es decir, no son realmente interesantes y brillantes. Son más bien mediocres, convencionales e insípidas En segundo lugar, porque solamente son útiles para un reducido número de alumnos, los que ya están formados para construir sus conocimientos de forma significativa con la simple instrucción directa o con “aprendizaje por recepción”, que diría Ausubel. Y, finalmente, la clase magistral solo promueve un determinado tipo de conocimiento, básicamente declarativo y conceptual, muy alejado de la praxis, de las competencias o de las dimensiones afectivas y emocionales de los aprendizajes.
La clase magistral, pues, sirve para lo que sirve. Ni se opone al constructivismo, ni imposibilita su combinación con infinidad de otras formas de “dar clase”. En la educación obligatoria es un recurso más, que se debe utilizar con medida y en dosis breves, compensando sus debilidades con una paleta pedagógica rica y exigente que incluya muchas otras metodologías.
Comentarios por Boris Mir