La visión de un centro educativo debería ser una imagen vívida y creíble del estado futuro ideal de nuestro centro. ¡Una cuestión fácil de enunciar y difícil de crear!

Sin embargo, la fuerza de la visión no radica tanto en una concreción muy precisa de este estado, sino más bien en un conjunto de propuestas compartidas que puedan articular las acciones y los cambios que queremos llevar a cabo. Una concreción del propósito, las prácticas, la evaluación y la organización de nuestra escuela.

La visión, por supuesto, aterriza los valores de nuestra escuela, depende directamente de ellos. Unos valores que deben ser mayoritariamente compartidos y alineados con las finalidades del sistema educativo y los currículos, no hace falta decirlo. La cultura de un centro es la expresión de un ecosistema de valores, explícitos o implícitos.

La creación de la visión es una buena herramienta para abordar los valores y soñar un futuro ideal, pero no olvidemos que la visión siempre es instrumental: es una herramienta para la transformación. La visión sirve, pues, para orientar los cambios y promover la creación de nuevos comportamientos y nuevas formas de pensar nuestra escuela.

Tengamos presente, sin embargo, que la visión no es tan importante como la motivación para conseguirla. La visión es una referencia, pero lo decisivo es la fuerza motriz (los expertos llaman driving force), que es la que hace que se produzca el cambio. Si sabes dónde ir, pero no tienes gasolina … pocas transformaciones sustantivas harás!

Muchos centros de la muestra representativa de Escuela Nueva 21 están trabajando en ello y es verdaderamente apasionante seguir estos momentos de reflexión y debate, de cimentación y discrepancia, de replanteo y aceptación. En este sentido, me siento muy afortunado de poder acompañar estos momentos y estoy profundamente agradecido por ello.